El mal de altura está vinculado a lugares exóticos y lejanos como Perú y Tíbet. Sin embargo, este puede sentirse en según qué personas alrededor de los 2500 metros, altitud media de muchas cordilleras cercanas a nuestras latitudes. Las variables individuales y algunas circunstancias particulares pueden hacer aparecer sus síntomas en mayor o menor medida. Para conocer adecuadamente qué es el mal de altura es necesario desmentir algunos mitos populares sobre su origen. Prevenir su aparición es una garantía para disfrutar de la montaña y quedarnos con las ganas de volver.
Mal de altura: síntomas
En ocasiones se asegura que conforme ascendemos en metros, la concentración de oxígeno disminuye. Incluso se afirma que esta proporción llega a ser la mitad de lo habitual a los 6.000 metros. Pero esta información, por muy bienintencionada que sea, no es verdadera.
Realmente no debe equipararse la disminución de oxígeno en sangre con un decrecimiento de la concentración de este gas en el ambiente. En realidad, el nivel de oxígeno no varía en absoluto en cantidad en las altas cumbres, incluso más allá de los más de 8.800 metros que mide el techo del mundo. Entonces, si la proporción de oxígeno es la misma, ¿qué es el mal de altura y qué lo produce?
El mal de altura se explica por un descenso de la presión atmosférica. Esta es proporcionalmente menor cuanto más alto se sube y provoca que las partículas de oxígeno se expandan. A algo más de 5000 metros, la presión es la mitad de la que se encuentra a nivel del mar y un tercio de la que hay en el Everest. La experiencia derivada de ello es descrita como una “dificultad para respirar”, como si, en efecto, faltase el aire. El mal de altura o hipoxia hipobárica se da por una menor presión de oxígeno en las arterias y por una menor eficiencia de los pulmones en estas condiciones. Esta carencia supone un esfuerzo para el cerebro, el cual necesita acostumbrase al cambio, especialmente si se proviene de lugares a menos de 900 metros de altitud. No obstante, el mal de altura, como tal, se da a partir de los 2500 metros.
Los principales síntomas del mal de altura son el cansancio y sueño persistente, la sensación de vértigo y mareos, el aumento de la frecuencia cardiaca, dolor de cabeza, falta de apetito, náuseas y vómitos.
Cómo evitar el mal de altura
Como todos los males que aquejan a la salud, la mejor cura es la prevención. Existen diversas pautas para esquivar el mal de altura, aunque esto no significa que no pueda sobrevenir. Indiscutiblemente, cuanto más rápido se asciende, mayor es la probabilidad de sufrir mal de altura. Además, nunca se debe olvidar que es preciso actuar ante los primeros síntomas. Si el dolor de cabeza del mal de altura es soportable y el cansancio no excesivo, no debemos confiarnos. Se debe hacer una parada de un día para descansar y si las molestias empeoran, es preciso descender inmediatamente e ir al médico.
La aclimatación es, por tanto, la regla de oro para prevenir el mal de altura. Como norma general es favorable permanecer durante unos días en un lugar situado en torno a los 1000-1200 metros y después, realizar la subida de manera gradual hasta los 3000. A partir de ese punto hay que tener más cuidado y por ello no es conveniente superar los 400-500 metros por jornada, así como descansar un día de cada 3-4. Otros consejos importantes para suavizar el impacto de la altura son:
- Evitar el alcohol, ya que este provoca la deshidratación. De hecho, es aconsejable beber entre 4-5 litros por día de agua y no esperar a tener sed para ello.
- Dormir 8 horas.
- Llevar ropa de abrigo adecuada.
Todas las personas experimentan cambios fisiológicos absolutamente normales que no deben identificarse con el mal de altura. Estas variaciones tienen relación con una mayor frecuencia respiratoria o un acortamiento de la respiración mientras se practica ejercicio. Además, la producción de orina aumenta y es frecuente que el sueño se interrumpa durante la noche. Por estos motivos, conviene descansar adecuadamente y beber mucho líquido mientras se permanece en la montaña.